4/07/2010

OPERACION FILIGRANA



Por Ricardo Montenegro-Vásquez*
Un avión de la Policía Nacional con los motores encendidos a punto de despegar en la pista del aeropuerto de Villavicencio anticipa que nuestra misión había llegado a su fin. Es el Jueves Santo de 2010 y un año antes había estado yo en otro lugar del la geografía colombiana acompañando al padre de uno de los recién liberados. Precisamente, fue el departamento del Atlántico el escenario de una de la últimas jornadas que por la libertad de su hijo emprendiera el Profesor Gustavo Moncayo. Un pequeño grupo le recibimos en el Puente Pumarejo y estuvimos recorriendo por varios días Barranquilla, Puerto Colombia, Sabanalarga y Santo Tomás a donde el llamado caminante por la paz aspiraba llegar con el fin de flagelarse para llamar con su dolor la atención de un país que se olvida de sus secuestrados y prisioneros de la absurda guerra que vivimos.

Disuadido eficazmente por los entendidos en la materia del sacrificio personal que implican las flagelaciones de los penitentes, que pagan favores recibidos y no anticipan el dolor esperando recibir algo a cambio, ese Viernes Santo de 2009 a Gustavo Moncayo le tocó transformar su idea de golpearse la espalda hasta sangrar, por una carta pública a la guerrilla de las FARC-EP y le tocó conformarse con esperar una vez más un gesto de humanidad de la insurgencia, el cual "milagrosamente" llegó dos semanas después de esa gesta por los caminos del Atlántico. En un comunicado escueto la organización alzada en armas contra el Estado más antigua de Colombia dijo lo que ese hombre desesperado esperaba: que liberaría al cautivo. Ahora el Profesor esta en deuda con algunos de los intercesores, quizás fue el Santo Sepulcro de Sabanalarga, acaso la intención de flagelación en Santo Tomás o el Vía Crucis de la playa al cerro en Puerto Colombia. Sea a quien sea, dicen que a Dios es a quién se le debe el milagro.

Y ahí estamos en la escena de cierre de esta nueva liberación, recordando además las barreras de la desconfianza - que rayan en la ridiculez e indolencia a la familia, a la gestora de las liberaciones la Senadora Piedad Córdoba y al grupo de la sociedad civil Colombianas y Colombianos por la Paz garantes del proceso- que hubimos de superar en once largos meses para que el gobierno de Uribe en su ocaso, por fin diera luz verde para la operación que permitiría la liberación de Josué Daniel Calvo, un Soldado profesional que nadie sabía estaba retenido; del ahora Sargento del ejército Pablo Emilio Moncayo, retenido aún adolescente y devuelto al sufrimiento de ésta "civilidad" convertido en recio hombre y la entrega de los restos de Julián Ernesto Guevara, un Mayor de la policía ascendido a Coronel "post mortem".

En ésta liberación -que entendemos será la última antes de un intercambio humanitario- las trabas fueron muchas, pero como el objetivo era superior nunca precisamos de abandonar el camino. Sin importar los señalamientos y malquerencias de un reducto poderoso, que cada cierto tiempo aspira que todo cambie para que nadie cambie, que maneja a su arbitrio los medios masivos de información y que ha hecho suyos los factores reales de poder; a los demócratas no nos queda otra más que luchar, ser creativos, proactivos y hasta subvertores de orden que consideramos injusto. Es por ello, que hasta el cerco mediático lo tuvimos que saltar esta vez con el twitter, el facebook y otras herramientas de la modernidad.

Parado en la plataforma del aeropuerto metense en inmediaciones de las selvas del sur del país, puerta del llano como orgullosamente se proclama, observo de un lado re-unido a su familia a Alan Jara, su esposa e hijo que advirtió que vivimos un mundo al revés; del otro la tozudez de las razones de la fuerza del Estado o el estado tozudo de las razones, y en medio a las esperanzadas familias de militares y policías aún en poder de la insurgencia que con lágrimas en los ojos habían visto descender del helicóptero un ataúd con los restos de Julián Ernesto Guevara, y el cual habría muerto en cautiverio cuatro años y dos meses antes, según dicen, de una "penosa enfermedad tropical".



Ellos y yo fuímos testigos del silencio sepulcral que invadió el lugar cuando bajaron Monseñor Leonardo Gómez con el rosario en la mano, la misión brasilera, los miembros del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y la Senadora Córdoba quién entregó a Doña Emperatríz y a Ana María madre e hija del difunto los despojos mortales. No hubo arengas ni alegría, sólo satisfacción del deber cumplido y tranquilidad porque una madre había cumplido el cometido de lograr el regreso del cuerpo de su hijo para darle cristiana sepultura. Cómo en Lisístrata de Aristófanes, estoy seguro que el clamor de las mujeres obligará a los hombres a hacer la paz.

A la manera de una filigrana momposina, varios hilos deben de tejerse para lograr el cometido del regreso a casa de los cautivos, sentar a negociar a la partes sin olvido o sin excusas y lograr la paz con justicia social que éste pueblo anhela y necesita. Muchas vicisitudes ha sufrido ya la patria colombiana por cuenta del desentendimiento de los dirigentes sobre el destino de los más débiles, demasiado vejamen y abuso nos alejan de la soñada meta y un exceso de sangre riega el árbol de la libertad que heroicamente proclama el himno del ejército. Que verguenza la guerra, que alegría vivir en paz consigo mismo y con los demás. Es el momento de tomar el camino que nos conduzca hacia la verdadera libertad que se origina en la posibilidad de dejar vivir felices a uno mismo y a los otros.



A pesar de la perorata gubernamental sobre el terrorismo, que escucho ahora en boca del Comisionado de "Paz" entrecortada por el ruido ensordecedor de las turbinas en movimiento que alistan el despegue de los restos hacia Bogotá, del escepticismo egoista de aquellos que no quieren desmontarse de los privilegios y de la inerme pasividad de aquellos que esperan transformaciones, la operación filigrana continúa, aguardan aún un poco más de dos docenas de uniformados y un indeterminado grupo de civiles por regresar, faltan muchos por conocer la verdad, hay mucha conciencia de los dirigentes por tomar y como el camino es largo y como ya estamos más allá de la mitad, saldremos al otro lado sin novedad sólo si la sociedad escoje nuestra bandera que es la de la paz con justicia social.

Bogotá DC 2010 
*Abogado, miembro de Colombianas y Colombianos por la PAZ
www.colombianosporlapaz.com

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